jueves, 3 de marzo de 2011

Mirar a los ojos

En la desangelada estación mi pluma se declaró en huelga sin avisar, justo cuando tenía que anotar la dirección de la que dependía mi futuro. El cable del teléfono me mantenía amarrado a la cabina, y el crédito disponible menguaba como el último sol. Su mano me alargó un bolígrafo de plástico en el momento en que más lo necesitaba. Le hice un gesto nervioso de que esperara para devolvérselo. Quédatelo. La miré, y hallé unos ojos sonrientes que ya se daban la vuelta y se marchaban, mientras yo escribía.

Volví a encontrarme con ellos a la semana siguiente en una mesa cercana del café al que yo solía ir por las tardes. No creo en las casualidades salvo que sirvan a algún motivo, y por eso pensé en que tal vez el azar nos juntaba por algo. Iba a darle las gracias por su ayuda en la estación, pero se levantó y se esfumó como aquella tarde.

En los días posteriores la evoqué algunas veces, pero no conseguía reconstruir su cara; nada más recordaba de su imagen esos ojos, hasta que poco después los volví a ver en el diario incrustados en el rostro de aquella presunta asesina recién detenida. Al parecer estudiaba las costumbres de sus víctimas hasta elegir el momento más propicio para ultimarlas, y la extensión de su lista producía escalofríos; la policía había encontrado además una agenda con algunos de sus próximos objetivos. Aquellos ojos ya no sonreían, sino que me miraban con expresión fiera desde la foto cuando leí mi nombre en el periódico.

Escrito por Rick

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