martes, 26 de julio de 2011

Mercaderes de soledad.

REEDICIÓN. Publicado originalmente el 17/02/2011

El otro día hablaba de los que trafican con la compañía. Para que seamos capaces de apreciar hasta que punto la habilidad del mercado nos excede, también la necesidad de soledad se convierte en un artículo de comercio.

En el metro, muchos leemos con la cabeza baja, tratando de abstraernos de la presencia del resto de usuarios. Se evitan las miradas, para que el contacto no sea siquiera visual. Los brillantes cazadores de ideas ya han reparado en ello. Y se dispara el consumo de mp3, mp4, y mp elevado a la enésima potencia. Unos auriculares son el camino más directo hacia el aislamiento. La música que nos invade nos separa de los demás, de manera que se convierte en una forma de rito privado, exclusivo y excluyente. Sólo yo viajo en mi música, de manera que estoy sólo.

Proliferan los desarrollos de la estrategia comercial, hasta el extremo que hay quien combina la música con la PSP, y el juego le transporta a un mundo virtual en el que vive sin más compañías. Y en casa, conectando el ordenador personal (y, por lo tanto, propio e individual) nos desconectamos de la familia. O con el portátil, en sus infinitas versiones, levantando un muro con quienes ocupan el espacio contiguo.

Hay ahora mismo un anuncio de un coche en el que, después de un frenesí de imágenes atropelladas, el protagonista se sienta al volante y el habitáculo del vehículo es un remanso de paz personal e intransferible.

También turismo de soledad. Recuerdo que, hace años, el Padre Hospedero del Monasterio de Samos nos explicó que había celdas para visitantes, personas que se alojaban en la abadía, regidos por las normas de silencio y recogimiento del establecimiento. Pagaban por pasar unos días solos, retirados del mundanal ruido. Sin la obligación/necesidad de comunicarse con nadie.

Valoramos las viviendas aisladas, para evitar la incomodidad de la relación vecinal o los deportes individuales, en los que tú único rival y tú único compañero eres tú mismo.

Y no se trata de esa necesidad que, en determinados momentos, todo ser humano percibe y que le lleva a deambular por un lugar solitario, con los pensamientos puestos en sus circunstancias o sin pensamiento alguno, simplemente dejando que el viento le acaricie la cara y el silencio le sosiegue. Llega a ser una apetencia casi enfermiza, que nuestra mente nos impone para compensar el caos de vínculos obligados e impuestos a que este modo de vida nos aboca.

Es posible que el genial Lord Byron tuviese razón cuando decía que cuanto más conocía a los hombres, más quería a su perro. Pero también dijo Aristóteles que el hombre solitario es una bestia o un dios. Esa soledad que nos venden me temo que nos acerca más a la bestia que al dios.

Como plan alternativo, me permito proponer un buen rato en una buena compañía y un garbeo privado y tranquilo, deleitándose en el callejeo y la caminata, hasta llegar a casa.

En cualquier caso, buenas noches, y que quien quiera estar sólo pueda y quien quiera estar en compañía la encuentre. 

Diógenes de Sinope.

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