lunes, 28 de noviembre de 2011

Un día en IKEA (el desenlace)

Los carros de IKEA podrían usarse en cualquier batalla moderna sin ningún problema, aunque deberían pedir una licencia especial para conducirlos; por fin, después de llevarlo por un montón de pasillos abarrotados de gente, conseguí regresar de vuelta con mi tribu.

Estaban en una de mis secciones favoritas, “Orden en casa”; ése es el nombre que le dan al lugar donde se venden multitud de artículos (en su mayoría cajas y bolsas “tuneadas”) destinadas al almacenaje de lo que sea. Uno no puede irse de allí sin algo donde pueda guardar y ordenar sus calcetines, su ropa interior limpia (para la sucia hay otras soluciones), sus cassettes o cualquier cosa que no se quiera ver por ahí suelta. Naturalmente, doy por hecho que ya todo el mundo tiene los prácticos muebles-zapateros (que generalmente abultan más que las propias cajas de los zapatos). En esta ocasión nos llevamos varias bolsas para guardar las bolsas de plásticos; quizás hubiéramos necesitado otra bolsa para guardar las bolsas de las bolsas. O un par de lexatines.

Por fortuna casi pasamos de largo la sección de plantas, pero no la de mimbre, en las que encontramos unas cestas POTTA monísimas, para guardar algo (no tuve valor para imaginar qué).

Mientras seguíamos nuestra travesía se me ocurrió preguntar, por hacerme el gracioso, que dónde estaba la sección de orinales.

- Qué basto, hijo, tú como siempre.

Ante el “éxito” de mi chiste decidí obviar la pregunta de las escupideras, y callarme hasta que me tocara hablar, o sea, decir el código postal a la hora de pagar.

Por fin llegamos a la zona de autoservicio y cajas; para quien no lo conozca (qué envidia), ésta es una sección que se caracteriza porque está distribuida de forma cartesiana, con pasillos que tienen un código para poder identificarlos. En estos pasillos hay unas estanterías gigantes, de muchos (pero muchos) metros de altura donde se apilan los maravillosos productos que has ido apuntando con los pequeños lápices en las hojitas de la entrada y que tienes que recoger (si no están agotados, lo cual es muy frecuente).

- Tenemos que recoger la mesa KÖBÁRRDD, que está en el pasillo J-25.

Una vez encontrado el susodicho pasillo, resultó que la susodicha mesa estaba en el nivel más alto de las estanterías. Miré a mi alrededor, a ver si veía algún helicóptero, o algún empleado, pero nada.

- Pues no hay ningún dependiente – dijo mi santa -, vas a tener que bajarlo tú.

No recuerdo exactamente si respondí que lo bajase la mujer-que-comercia-con-su-cuerpo madre del dependiente, o Rita la bajadora de mesas, pero sí estoy seguro de que me negué y le sentó fatal. Y mientras esperábamos que llegara el camisa-amarilla de turno, pensaba que tal vez tuviera éxito una mini-sección de tapones para los oídos, de usar y tirar para ponerse durante la tortura, perdón, durante la visita.

Y llegó lo mejor. Las cajas para pagar. No había menos de diez personas (con sus carros) en ninguna de ellas, pero nosotros nos cambiamos cinco veces de cola.

- Vamos a esa, que hay menos gente.

Fuimos a esa.

- Ah, no, claro, es que ésta es la caja rápida, para menos de 10 artículos, y nosotros llevamos 37. Vamos a la de al lado.

Fuimos a la de al lado.

- Qué horror, qué lenta es la cajera, debe ser boba, vamos a pasarnos a aquella que va mucho más rápida.

Nos pasamos a aquella.

Después de esperar nuestros 25 minutos, justo el cliente anterior a nosotros se llevaba un artículo sin etiqueta. La cajera no le podía cobrar, y llamaba por un teléfono como desesperada, pero nadie parecía hacerle caso. El buen hombre se impacientaba, pero los que íbamos detrás echaban humo, blasfemias, y renegaban de la tienda; yo, anestesiado como iba desde hacía hora y media, ya estaba como un zombi atiborrado de Ritalín, y no me importaba nada de nada, perdidas como tenía la autoestima y las ganas de vivir.

Por fin conseguimos pagar. Todo nos costó una pasta que yo no imaginaba.

- Qué barato nos ha salido, es que merece la pena.

¿Y el coste en salud mental?, pensé yo. Tenían que dar con el ticket de compra un descuento para gabinetes de psicología.

Y ya que sale el tema de los tickets, nos fuimos al mostrador de “Cambios y devoluciones” para devolver la lámpara de tía Lili.

- Saca el ticket, cari.

Extraje de mi billetera tres papeles arrugados, y se los di al dependiente.

- Debe ser uno de éstos – le dije -. He cogido todos los que he encontrado en casa.

El tipo miraba alternativamente los tickets, mi cara y la de mi mujer, como oliéndose algo malo.

- Es que ésta es una lámpara KEASKO, y ninguno de estos comprobantes la tiene – me los devolvió.

Efectivamente, en los tickets estaban artículos como GUÅLTRAP, PREPUCX, NOMHEJOD, PUAJJJJGH, y otros muchos, y ningún KEASKO. Pero como sólo pone el nombre y no el tipo de artículo, yo no tengo ni idea de si OJJÉT es una lámpara, un cuadro o un destripador de conejos. El caso es que de allí nos largamos con la lámpara y con los 350 euros del ala en productos indispensables.

En una cosa me equivoqué: los tapones para los oídos no deberían ser para usar sólo en la visita a la tienda, con lo bien que me hubieran venido para el viaje de vuelta.

Capítulo primero: Un día en IKEA (I)
Capítulo segundo: Un día en IKEA (II) 

2 comentarios:

  1. No se si habrás tenido la oportunidad única de manejar los carros de Makro, esos también son dignos de mención, tienes que hacer un cursillo de traspaletas para llevarlos...

    Me encantó la mesa KÖBÁRRDD en verde por que yo quería que fuese la mesa KÖBÁRRDD LAPPRADDERA

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  2. Hay formas mucho más indoloras de suicidarse, hombre!

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