martes, 24 de enero de 2012

Ulises


Homero le llama, en la Ilíada, “fecundo en ardides”, que es una manera elegante de decir que era un zorro redomado. Era poco de discutir y mucho de aprovechar, por lo que cuenta el divino ciego. Y si no, repasemos sus periplos.

Nacido en Ítaca, me ahorro reproducir su genealogía porque hay que joderse lo difíciles que eran los griegos antiguos para poner nombre a sus vástagos. De haber existido entonces controles fronterizos, el pasaporte lo tendrían que haber llevado en una carpeta de anillas, que sólo con los patronímicos de sus padres ya llenas dos folios.

Estudió con Aquiles en la Academia del Centauro Quirón, que era bilingüe griego-relincho, con una beca de excelencia de la Comunidad del Peloponeso. Finalizada su formación, y tras varias aventurillas en las que fue corneado por un jabalí o se agenció el arco de Éurito, se volvió a Ítaca a gestionar la finca de su padre, que era todo el reino.

Tiempo después, al ver a Helena en unas fotos en la revista “Pronto”, se prendó de ella. Acudió al palacio de Tindáreo a ver si había suerte, pero al ver como se ponía aquello dio otra muestra de su inteligencia. Aunque atraído por Helena, como todos, que Helena debía ser como Angelina Jolie pero en rubia, al ver el número de candidatos, la mala leche de los mismos y el carácter un poco casquivano de la mozuela, optó por casarse con Penélope, que tampoco estaba mal y parecía más seria. Cuentan las malas lenguas que le dijo a Aquiles:

-          Yo me caso con ésta que no es tan guapa pero tiene pasta. Además, que más dará… ¿Con el tiempo no se le coge cariño hasta a un hámster?

Lo de Penélope fue bien al principio, pero luego se torció por dos motivos. En primer lugar, por la fijación compulsiva de Penélope de hacer cositas de ganchillo, punto de cruz, petit point y macramé, que le tejió una funda para el timón del trirreme, otra para la espada, seis bufandas de rayas y hasta unos calzoncillos, que el pobre era el hazmerreír de los reyes vecinos cada vez que se juntaban. En segundo, porque empezaba a perder el respeto de sus súbditos, al abreviar sin darse cuenta el nombre de su señora. Así, la ciudadanía se partía la caja ante expresiones como:

-          “Nadie hace los macarrones como mi Pene…”
-          “Lo que no me cuide mi Pene…”
-          “Mi Pene si que sabe…”

Ante tal cúmulo de despropósitos, se apuntó alegremente a la campaña contra los troyanos, más por quitarse de en medio que por otra cosa. Dando más muestras de astucia, no sólo logró sobrevivir a las diversas matanzas en que consistía una guerra de la Antigüedad, sino que, entre combate y combate, se ligó a Criseida y se quedó con las armas del fallecido Aquiles, como el que no quiere la cosa.

El final de la guerra tampoco fue exactamente como se cuenta. En realidad sucedió que, siendo Ulises muy dado a chatear, descubrió que Helena, echando de menos a Héctor, que para lo de las obligaciones conyugales era un fenómeno, puso en el Facebook el siguiente mensaje:

-          Me llamo Helena de Troya y necesito una…alegría.

El muy vivo le contesto haciéndose pasar por gerente de un espectáculo de boys, y le ofreció treinta guayabos macizos dentro de un caballo, añadiendo que, al ser aqueos, el griego lo dominaban como ninguno. Helena pulsó lo de “Sí a todo” y Ulises, una noche, disfrazado de mensajero, se presentó en la puerta y la dijo por el portero automático:

-          Traigo un pedido para Helena de Troya: sus treinta mozos enseñando la…espada.

Helena bajó como una loca, abrió la puerta de la muralla, abrió la puerta del caballo de madera, abrió los brazos y otras extremidades y…bueno, el resto ya lo sabéis. Los aqueos hicieron arqueo de las riquezas y se volvieron para casa. De Helena no cuentan más, pero nada hace pensar que lo pasase mal aquella noche.

El caso es que, de vuelta a casa, Ulises paró en el país de los cicones, que eran unos…agricultores, saqueando la ciudad y llevándose a las mujeres como botín, que éste de tonto no tenía ni un pelo. Se desconoce si la que se quedó con él en el puente de mando era una intérprete moldava, pero algo debió despistarle durante el pilotaje y acabó embarrancando en la isla de los Cíclopes, donde las pasó canutas para deshacerse de Polifemo, que era un gigante enorme, con un solo ojo y más pesado que una vaca en brazos. Luego visitó la isla de Circe, y tuvo un rollete con la hechicera del mismo nombre, estuvo tentado de parar en el club “Sirenas”, pero desistió porque ya eran las tantas, se dejo apresar por la ninfa Calipso, que como movería las caderas la tía que dio nombre a un baile, anduvo tonteando con la reina Calídice y no dejo pasar la oportunidad de pasar buenos ratos con la princesa Nausicaa, que estaba como un queso.

Pero claro, con las tonterías se le había pasado el tiempo volando y, al mirar la clepsidra se percató de que llevaba diez años de juerga y se iba a comer una bronca del copón al llegar a casa. Una vez más, a base de ingenio, salió adelante. Se disfrazó de mendigo, se buscó a un porquero y un boyero (que trabajaba con bueyes, que ya hay alguno pensando mal) colegas suyos de la mili, impresionó a su santa matando unos cuantos pretendientes en el patio del castillo y poniéndose luego a jugar con el perro y le colocó un cuento a su chica de que la culpa la tenían los Dioses del Olimpo que le habían andado retrasando y sus compañeros de navegación, bajo la universal excusa masculina de “Éstos, que me han líao…”.


De cualquier manera, hay que perdonárselo todo, porque de no haber sido por él, ni Cavafis, ni James Joyce ni Javier Reverte habrían tenido una excusa para escribir cosas tan hermosas como las que escribieron inspirados por este pillastre.

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. También cuentan las crónicas que, el capitán de la guardia troyana, llamado Borismenon Plumouculos,en el fragor de la batalla, acorralaba a los soldados mas sudorosos y en edad de mocearse, al grito de "¡ soy troyano y te voy a romper el...casco de un espadazo!."
    ¡ Qué hermosa es la historia cuando está tan bien contada!

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