viernes, 12 de octubre de 2012

Garbancito

Había una vez un matrimonio compuesto por un parado y una pensionista no contributiva, y por lo tanto muy pobres (no disponían ni de televisión por cable, no digo más ) que no tenían hijos. Un día, mientras la mujer preparaba un puchero, recibió una llamada de los servicios sociales del ayuntamiento. Pasó por Cáritas, donde la dieron un kilo de garbanzos y luego por la junta municipal, donde le dieron en adopción a un niño muy pequeñito. Como no tenía nombre y el encargado del registro civil la metía prisa para rellenar el libro de familia, le puso Garbancito y se quedó más ancha que pancha. El marido, no obstante, la puso de vuelta y media al llegar a casa, porque, con un nombre como ese, el niño no iba a poder participar en Gran Hermano o programas similares al alcanzar la edad necesaria. Aunque luego lo pensó, y precisamente ser diminuto y tener un nombre absurdo podía ser una ventaja a la hora de la selección de los concursantes. Y fuese bisexual, miel sobre hojuelas.

Garbancito era un niño valiente, amable y generoso, motivo por el cual la psicóloga del cole les llamó varias veces, pensando que el niño o bien era un farsante o padecía alguna patología mental. Siempre dispuesto a ayudar a sus padres, el día que su madre le pidió que rebuscase en los contenedores sin candado de un centro comercial y le trajese productos no caducados, salió a la carrera. Bueno, salió escopetado para ayudar a sus padres y para fumarse un porro de paso, que en casa su madre le regañaba si le veía consumiendo drogas psicotrópicas o estupefacientes. Cogió una bolsa reutilizable y por el camino, para que nadie lo pisara (porque casi no se veía en el suelo), iba cantando:
Pachín, pachín, pachín,
mucho cuidado con lo que hacéis.
Pachín, pachín, pachín,
En preferentes no depositéis.

Recogió varios blisters de productos alimenticios y algunas revistas porno del contenedor de reciclaje de papel contiguo, tras dura lucha con un cartonero, y se volvió a su casa muy contento, cantando la misma canción, que cansino era un rato.

Al llegar a su casa, su madre le dijo:

-Mira, Garbancito, ya que veo que te estás haciendo tan mayor, hoy vas a llevarle un mendrugo a tu padre, que está en la cola del Inem.

Garbancito cogió el mendrugo y se fue para las oficinas del paro. Plasta como él sólo, cantando el mismo petardo de canción.

Al llegar al Inem empezó a llover y Garbancito tuvo que meterse debajo de una lechuga putrefacta que algún desaprensivo había tirado en el alcorque de un árbol. Mientras esperaba que escampase, pasó la barredora de los servicios de limpieza y aspiró la lechuga, a Garbancito y varios mojones de perro que adornaban el arbolito.

Sus padres empezaron a preocuparse al llegar la noche. Llamaron a la policía, a los bomberos, al samur, a Paco Lobatón y a la secretaría de estado de relaciones con el Vaticano, sin resultado alguno, así que se pusieron a buscarlo por todas partes gritando:

Garbancito! ¿Dónde estás?

Así estuvieron varias horas, y, como se quedaban afónicos, se bebieron una botella de Anís del Mono para entonar la garganta.

Por fin, junto a las dependencias de los servicios de limpieza, escucharon la respuesta de  Garbancito, desde el interior de la barredora:

-¡En el depósito de la basura, rodeado de materia oscura!

La voz se escuchaba como muy lejana.

Los padres se fueron acercando cada vez más adonde estaba su hijo hasta que al final lo encontraron.

-¿Qué hacemos, ahora?- dijo ella.

- Y a mí que me cuentas - respondió él.

Pero en ese momento le pasaron la manguera al depósito de barredora, y Garbancito salió hecho un asco, lleno de porquería, sin el mendrugo y con las revistas porno en la mano.

Su padre le quitó las indecentes publicaciones (para quedárselas él) y su madre, al verlo  tan guarro, se negó a abrazarle y lo llevó, agarrado de una oreja, a la oficina del defensor del menor, quien ordenó su inmediato ingreso en prisión incomunicada.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.


Si os portáis bien, mañana os cuento el del sistema financiero más sólido del mundo o el de que nunca vamos a pedir un rescate.

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