lunes, 11 de febrero de 2013

Paris

Delayed. Delayed. Delayed. El panel de letras amarillas sobre fondo negro repetía el mensaje para todos los vuelos programados. La tormenta de nieve aullaba sobre el “Charles de Gaulle” como si los hijos de la Comuna volviesen a rugir por las calles de Paris.

Volvió a desdoblar el papel. Leyó de nuevo.

“Como en “Casablanca”, pero al revés. Hoy eres tú quien espera sin esperanza. Hoy yo voy vestido de azul y me importa un comino como vistan los alemanes. Jugaste a Ilsa demasiado tiempo.”

Recorrió las infinitas salas del aeropuerto, buscó infructuosamente entre los pasajeros deshilvanados entre butacas y maletas, repasó cada puerta de embarque.

Le encontró en la cafetería, Borracho como una cuba, con Renault y Sam. Le imploró con una mirada y sólo recibió como pago un brindis. Sus lágrimas se convertían en copos de nieve esperando un taxi que la devolviese al Quartier Latin.
Sam trataba de encontrar un piano y Renault acabó por amartelarse con la camarera, fiel a sus costumbres. Se encontró mirando la nevada desde el vitral de la cafetería.

La nieve caía terca, incansable. La nieve le hizo evocarla de nuevo. Ella era como la nieve. Nunca romper el guión previsto, nunca cambiar de dirección y caer hacia las nubes. Ella quería partir en un tren con otro hombre para poder seguir amándole siempre a él, porque en su interpretación de la novela, sólo lo inalcanzable era perfecto. La imaginó en su salón, con una copa en la mano, negándose a sí misma que este final sólo podía ser su auténtico principio.

Sabiendo que si la hubiese abrazado bajo la ventisca, ella habría sabido hallar un motivo nuevo para la desdicha. Dejó que el escocés le arañase por dentro y pidió otro. Let is snow, pensó

De repente sintió la acuciante necesidad de volver a cambiar el final, de perdonarla todo y compartir su insatisfacción para dejarla satisfecha. Los copos de nieve volaban como olas en un remolino y le trajeron el recuerdo de aquella playa, de aquel “sapore di sale” en la piel.

Recuperó una pizca de lucidez y recurrió a una estratagema para conjurar aquella trampa que le tendía la memoria del amor de su vida. Limón, sal y tequila. El sabor y el calor. Nevaba sobre Cancún en su cabeza.

El final de la historia lo había escrito ella desde la primera letra. A él le quedaba escribir su propio final. Así que le pidió a Sam que tocase  “Stormy weather” y se olvidase de “As time goes by”, y siguió el ritmo tamborileando con los dedos sobre la barra.

Le enganchó, a mitad de canción, el anzuelo de los ojos de otra mujer.an como olas en un remolino y le trajeron el recuerdo de aquella playa, de aquel sapore

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