jueves, 28 de marzo de 2013

Pequeña confusión


Cada vez que se daba a conocer, reflejaba una irresistible personalidad que rayaba en la simpatía, sensibilidad y atracción física. Era la mezcla perfecta en una mujer. Con su casi metro sesenta y seis décadas recién cumplidas, proyectaba la imagen de una dama elegante y sin exageraciones de joyas. En las reuniones sociales, atraía la atención de los hombres que la escucharan con su timbre de voz entre alegre y sensual. Era la mezcla perfecta de madre cubana con cuerpo de abundante negra torneada y acento mexicano por parte de padre, solo que ella era de tez caucásica, ojos verdes, nariz prominente casi helénica y unos labios que parecían dibujados a mano.
Quien no la conociera, la confundía con una diva, o la embajadora francesa o quizá la cónsul cultural de una nación árabe. Cada vez que asistía a algún evento social, donde abundaban guardespaldas, solía olvidar la invitación pero llegaba sola y con paso firme y sonriente saludaba a la vigilancia que le abría el paso sin pedirle contraseña ni invitación en mano. Al contrario, uno de ellos se ponía a sus órdenes llamándola  madame o embajadora. Ambos le calzaban.
En un instante, se veía rodeada de los anfitriones de la fiesta y un séquito de curiosos hombres en descubrir quién era esta hermosura. Tenía esa rara virtud de armonizar belleza física, buen humor, sensibilidad  y un bagaje cultural producto de su labor como secretaria académica de una universidad gastronómica en la ciudad de México. Como era de índole privado, a ella la enviaban a recibir y acompañar a las visitas para darles un tour turístico y hacer más acogedora la estadía de los visitantes.
Era viuda y madre de dos hijos que ya habían emprendido vuelo manteniendo con ellos una constante comunicación llena de afecto y detalles afectuosos. Ese era su talón de Aquiles. Cada vez que el menor de 37 años, residente en Miami, le llamaba para decirle que se había peleado con su esposa, rompía en llanto mientras escuchaba a su querubín ahogado en llantos dándole la queja a miles de kilómetros. En cambio, el mayor pertenecía en forma discreta a la minoría gay reflejando una personalidad llena de talento artístico y un humor que rayaba en la fina ironía social. Ambos se complementaban muy bien y cada vez que su hermano menor llamaba para dar la queja marital que no variaba demasiado de la anterior, su hermano le decía que la mandara a la chingada y que se dejara de llorar como magdalena.
Cada vez que llegaba el fin de semana, montaba en su vehículo una coqueta canasta con un para de  botellas de vino, latería, frutas y queso y llamaba a su amigo, un sudamericano diez años más joven que ella de profesión cocinero y tomaban rumbo a una casa de campo herencia de los padres de ella. Allá les cambiaba el mundo. Mientras él cocinaba y horneaba pan, ella se dedicaba a podar sus buganvilias y escuchar toda la música romántica de su época de juventud. Disfrutaban al máximo alejados del mundanal ruido y contaminación capitalina.
En cierta reunión, en casa de su hermano empresario, hace gala de su presencia de diva e irresistible mujer adoptando el papel de anfitriona dando muestras de gracia y simpatía. Recibía con tal espontaneidad a los recién llegados que estos disfrutaban sintiéndose alagados, hasta que nuestra querida dama presenta a unas mujeres que ya estaban sentadas confundiendo a una de ellas de gesto duro y cara de pocos amigos como el esposo, mientras sonreía y la señalaba con la mano en forma de suave aleteo. La mujer, herida en su orgullo de esposa, le responde con un vozarrón digno de un esposo enfadado “¡¡eeh, yo soy la esposaaa!!
Sin inmutarse y con una franca sonrisa de oreja a oreja le contesta dulcemente “para el caso es lo mismo” y pasen por acá que tenemos a otros invitados y siéntanse como en su casa y continuó su rol de simpática y graciosa anfitriona sin darse cuenta de la pequeña confusión. No debo contarles cómo se transformó la jeta de la ofendida que variaba del rojo al rojo candente. Quien le manda a ser poco agraciada y reflejarlo en su gesto adusto  y enfadado. No todas nacen tocadas con la varita mágica del equilibrio perfecto en belleza femenina.

Publicado por TALLO DE LAS PITRAS (Cartagena de Indias, Colombia)

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