lunes, 19 de agosto de 2013

Pan y circo

Uno de esos hombres está de pie, con la mano en alto, sujetando el detonador. ¡Genial…! Hace menos de cuatro meses que trabajo para el servicio secreto, y ya tengo el destino de la humanidad en mis manos.
Como venganza a la muerte de su líder extremista, una célula terrorista ha puesto una bomba nuclear de cuarenta y cinco megatones en el centro de la ciudad, justo en los subterráneos cercanos al más prestigioso centro de investigación del planeta. Los terroristas, apostados junto al artefacto, gritan nerviosos en su idioma mientras yo me encuentro a cinco metros, atrincherado en la galería, junto al malherido director del centro, y un cámara de televisión que está retransmitiendo en directo toda la dramática escena a través del canal nacional. ¿Cómo habrá conseguido este tío colarse hasta la primera línea?
El director me confiesa entre estertores que más allá del desastre nuclear, la explosión de la bomba eliminaría importantes resultados científicos que son fruto de la investigación del centro y que están a punto de publicarse, como avances en la vacuna del SIDA y cura del cáncer, un nuevo generador de fusión fría portátil para dar grandes cantidades de energía limpia y gratis, saber quién mató a Kennedy, y lo más importante, la respuesta a la pregunta fundamental de la filosofía: Quiénes somos, de dónde venimos…
El cámara, que está haciendo un plano corto del moribundo pasa a enfocarme a mí.
Ha llegado el momento de la acción y de demostrar todo lo aprendido en el durísimo campo de entrenamiento de Cienhigos del Pezuñal (provincia de Guadalajara). El sudor recorre mi frente, noto como la adrenalina palpita en mis sienes… Con una pistola en cada mano, cojo carrerilla y…
¡Salto espectacular! Un jurado olímpico me daría mínimo un 9,8 en acrobacia. Mientras vuelo, de un disparo certero atino en la mano que sujeta el detonador, haciendo que éste se pierda en el agua putrefacta… Con la otra mano, disparo a la rodilla de un segundo terrorista, cayendo yo finalmente sobre un tercero. La situación ha sido controlada al estilo del mismísimo Jack Bauer.
Diez minutos más tarde, emerjo a la superficie por una alcantarilla. Son las 23:35. Veo que estoy en una plaza abarrotada de gente cantando, bailando y celebrando en una explosión de júbilo. No es para menos: estamos vivos, y además se ha preservado un futuro esperanzador para nuestros hijos.
Un hombre de mediana edad que está a mi lado, me ve y llorando se abraza a mí… Yo también empiezo a llorar, consciente de lo que hemos evitado y hemos conseguido…
- ¡Qué alivio! -me dice-. Sí…-contesto yo, casi en un sollozo. Soy un tipo duro, pero estoy superado.
- Qué mal rato hemos pasado, pero por fin ¡NOS HEMOS CLASIFICADO PARA LA CHAMPIONS!
No puede ser… Le miro absolutamente perplejo y balbuceo - Pero… la bomba…
- ¿Eh? Sí, algo he visto en el descanso…. ¡Pero dices tú de bomba! ¡Para bomba, el trallazo de Pitusiño por toda la escuadra! Eso sí que fue un bombazo. ¡Dos a cero!
Solo entonces caigo en la cuenta de que casi todo el mundo lleva bufandas con los mismos colores. Me siento en la acera pensando en el futuro de la humanidad y le pregunto – Oye... ¿Quién marcó el primero?


Eduardo Muñoz Martín

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