miércoles, 25 de septiembre de 2013

Perseguirán gatos callejeros

Mira con un solo ojo, igual que las palomas cuando acechan bocadillos sin dueño. Intenta disimular sus intenciones para poder escapar de la vigilancia a la que está sometida desde el último intento.
Arrastra un poco los pies mientras va avanzando hacia la puerta, juguetea con el jardín de las paredes eliminando pétalos dedo a dedo, descartando los no me quiere, simulando devoción al pintado oráculo, aunque en realidad su único empeño es llegar al pasillo y desde allá al zaguán que conduce a la libertad.
Sudor en los últimos metros. Se acelera el pulso y ligeros temblores acartonan los pasos dando lugar al trote ridículo del que empieza a andar o del que dejará de hacerlo.
Ella no se amedrenta, no se gira, no se para. Decide olvidar el ruido que hacen sus pies, decide que no la oirán, que llegará y sus manos responderán a las órdenes que dará su cerebro y podrán asir las llaves que cuelgan de la alcayata y sus dedos las rodearan y las podrá encastar en la cerradura y girará el pomo y la puerta se abrirá y podrá salir a tomar el fresco, a correr hasta el prado, a trepar a los árboles, a perseguir a un gato callejero, a coger flores para la abuela, a esperar a que Mateo pase camino de la escuela para que la mire y poderle sacar la lengua…  así  va avanzando, su mente cada vez más rápida, sus pasos cada vez más lentos.
María se le acerca desde atrás pero ella no lo sabe. Ella no la oye, inmersa en su huída no siente que nadie la observa. María se mueve con sigilo, camina tras ella poco a poco, un paso por detrás, con los brazos ligeramente separados y las manos orbitando en su cintura.
Así llegan a la puerta. El tiempo se detuvo hace años al igual que sus miembros que dejan de responderle y  que no le permiten alcanzar la llave que mira con dos ojos, desde la lejanía de la impotencia. María se adelanta de puntillas llegando así al llavero de su padre, hace saltar la llave del clavo,  la introduce en la cerradura y gira el pomo.
El aire fresco les arrulla el pelo mientras la pequeña acaricia las arrugas de su abuela. De la mano salen despacio camino al prado, quizás consigan perseguir a algún gato antes de que mamá se de cuenta de que se escaparon.


Nevis

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