lunes, 7 de octubre de 2013

Christian Ledgestales, astro-mitólogo

Consciente del sinsentido de unos cuantos planetas impalpables girando simétrica y regularmente alrededor de una estrella colosal (planetas cuya única prueba de existencia eran unos increíbles polvillos enfrascados y unas cuantas fotografías obras maestras del diseño gráfico), el antes físico y ahora mitólogo Christian Ledgestales abandonó su puesto de trabajo en la NASA con el objetivo de dedicarse a la intensiva búsqueda del gallo que empolla el sol para que nazca nuevamente el día y no se mezcle con la noche.
Toda su vida Ledgestales fue un apasionado de los relatos de origen. Relatos religiosos, mitológicos y legendarios de diversas civilizaciones conformaban los únicos libros de su biblioteca. De todos ellos, ninguno le parecía más razonable que esa leyenda según la cual el día era el efecto de un huevo de oro y fuego que una gallina cósmica empollaba y descubría periódica y gradualmente. Vale decir que Ledgestales vivía en el hemisferio norte (Houston, Estados Unidos), que los días que conocía eran relativamente largos, lo cual lo convenció de que estaba muy cerca de la región del huevo. Lejos estaban -por ejemplo- Suecia y Noruega, donde el sol es apenas una breve insinuación.
La cuestión es que Ledgestales se abocó durante años al estudio comparatista de los relatos de origen del universo y a la febril recopilación de pruebas que insinuaran cierta relación de esa estrella incendiada de vitalidad con una gallina galáctica. Su primera dificultad fue de orden espacial. Como se sabe, el sol se pone en una región mientras amanece en otra. Esto le planteaba a Ledgestales un notable desafío lógico. ¿Cómo era que empollaba esa gallina, si lo que tapaba salía en otra región? Años de perseverante estudio y constantes exploraciones condujeron a Ledgestales a la siguiente respuesta: así como un conjunto de planetas girando en concordancia era una ocurrencia absurda, la idea de que la Tierra fuese redonda debía tomarse como una concreta imposibilidad desde una elemental perspectiva geométrica, porque sino que alguien dijera: ¿en qué parte del mundo el planeta se dobla? ¿Dónde está la pendiente?  Ahí tenían: la tierra era cuadrada. La gallina estaba en algún vértice o borde (los desiertos de Sonora y del Sahara eran las zonas más probables), allí empollaba el huevo de oro que calentaba el mundo; parte de su cuerpo cubría una mitad del mundo mientras la otra recibía el resplandor.
Junto a cuatro colegas que enseguida lo abandonaron, Ledgestales partió en busca de la gallina. Él persistió. Cuál no habrá sido la sorpresa cuando hallaron su cuerpo deshidratado, casi derretido, una pluma dorada en la mano izquierda y una sonrisa póstuma en lo que quedaba de su rostro.


Yoel

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