lunes, 16 de diciembre de 2013

Luna llena rojo pelo

Era la hora del silencio, de la caída del sol, esa en la que se recogen los seres diurnos y se están por  animar los nocturnos. El cazador pule su arma, la ajusta, controla la mira, carga las municiones; mientras  los halitos brumosos provocan a la raposa  que se estira, huele y comienza a deambular por la floresta agotada de sol.
El cazador suelta los lebreles y parte, de pronto vislumbra un  pelaje encendido entre los arbusto lo que desencadena que ambos, raposa y cazador, corran y se escondan, hundiéndose  en el paisaje cercado de  ladridos. 
Ella ya siente el regusto ácido de la carne magra, él presiente el placer de la bala acertada. Ella se escurre bajo el intrincado cañaveral, él se trepa a las ásperas rocas. Ella hesita su agitado resuello, a él lo cala la resudación. Ella salta la cristalina poza, el cae en el pegajoso fango.
Ya el corto atardecer termina, ya el reflejo de la luna llena los sorprende, ya es tarde para ambos. Él aspira el aroma a hembra, ella jadea por el olor a macho.
En los ojos del cazador se plasma el  espanto primero y segadamente una incontinente pasión, el arma cae de sus manos a la par que cae presa su alma; allí en la curva del camino está ella, la hembra salvaje, la “Zorra”, atronada por aullidos.


Alicia Dorato

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