lunes, 3 de marzo de 2014

La golosina

Soy el chupetín que nadie saboreó,  hace años me olvidaron en este cajón donde me encuentro bastante revenido. Fui comprado en un maxi kiosco por una mamá una tarde de otoño para ser regalado a su hija,   que me despreció por no colmar sus expectativas. Sara no deseaba una golosina, deseaba un juguete, por lo que terminé en el suelo. La mamá  me  recogió y prometió regalarme a una niña que me quisiera.  Minutos más tarde encontraron a una pequeña muy humilde sentada en un muro,  que  me aceptó felizmente, me miró con ilusión y se le hizo agua la boca por mí. Reconozco que mi sabor frutal es el mejor, soy el chupetín más codiciado por los niños y  por los abuelos, abuelos que intentan muchas veces quitarnos el palito, ya que sienten vergüenza de que los vean degustando un chupetín. Pero volviendo a  mi historia,  les recuerdo que nadie me ha catado. Lucía, con el tesoro en las manos (el tesoro era yo) corrió hasta su casa a contarle a su abuela que una señora con una niña sollozando, le había dado  el chupetín que sacudía sin parar. La abuela desconfiada, le explicó a su nieta que no podía comer una golosina que una desconocida le  hubiese obsequiado, ya que corría riesgo su salud,  incluso que podía estar envenenada. Ofreció sustituirme por otro chupetín, a lo que Lucía accedió y fue la abuela  la que me arrojó al cajón de su mesa de luz.
Y aquí me hallo desde entonces, ya he perdido la ilusión de derretirme en la boca de algún niño o abuelo, incluso casi no puedo moverme. Hace un tiempo que me adherí a la madera del cajón, sin embargo, me reconforto recordando la mirada de Lucía y la alegría  que irradiaba al agitarme entre sus manos


Marcela Langenhin Vaucher 

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