sábado, 1 de marzo de 2014

La i sin punto

A la mañana siguiente el sol diluía el frío y la oscuridad, mientras el viento embelesado con el juego de las hojas masajeando a los árboles que el otoño había vuelto reumáticos. El vecino intentaba contentar su desesperación con la puerta, cuyo ruido despertaba a mi bella durmiente. Desayuno en la cama entre sonrisas y besos, nos quedó sitio para el café, la dejé en su casa con una mentira entre los dientes: “Ya te llamo”.
Ya en mi casa, me paso horas teorizando los recuerdos colgados en mi memoria, dado que un tsunami de ron me había sacudido. Los minutos pasaron intentado olvidar lo que ya me sería imposible. Nos volvimos a ver un par de veces hasta que me di cuenta, poco a poco, palabra a palabra que la i sin ti perdía el punto y que me había enamorado de tus defectos. Encontrándome inmerso en un mundo donde los besos eran la única forma de medir el tiempo, cerrando las puertas a las dudas, los días pasaban con el desenfreno y desasosiego de un niño. A los tres meses de conocerte, un día maldito y detestable, condenado por las partículas de realismo o por el destino, te veo con un chico. Era como si fuera la segunda parte de la película de mi vida. Decido asegurarme de que eres tú llamándote y tú no me contestas pero miras el móvil, lo que hace que me vaya. Las lágrimas resbalaban por mi rostro mientras pensaba en todos nuestros besos que quedarán sin abrir, en todas las risas mudas en un recuerdo que a ti solo te representa un kleenex. Me levanto borracho de tristeza y golpeado por las caídas de mi columpio de ilusión que me ha hecho daño con la realidad. Me llamas y actúo como si no hubiera visto nada, dejándome llevar por el río de mentiras cuyo cauce me marcará la venganza, cegado pero no de amor sino de ira, sentimientos vacíos. Quedamos para comer. Sus mentiras la hacen graciosa. Ya sin más sentimientos que un ápice de indiferencia, me decido en el postre a pedirle que se case conmigo. De rodillas y con un anillo que brilla como nuestro amor, ella con sorpresa lo recoge y exclama: “¡Siempre quise tener un diamante!”. Resbalan lágrimas de alegría, ignorancia y avaricia. Llega el día, cargado de nubes con sorpresas que pelean con un sol de desengaños. Todo transcurre normal: “Estás preciosa”. De pronto cuando el cura se decide a hacer la gran pregunta, uno de mis mejores amigos, modelo como ella, entra. Ella patidifusa, quebrada y perpleja, no se puede creer que aquel traspié le vaya a arruinar la vida .Todo se detuvo. Yo le decía que no pasaba nada pero la vergüenza ya circulaba por sus venas, lo que la hizo más rápida en su huida. Antes de que se fuera le dije al oído: “Llevo tres meses esperando este momento”.


Bieito Moon

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.