jueves, 6 de marzo de 2014

Silencio

Silencio. Sordera obligada. Ceguera reiterada. Zumbidos malsonantes de una melancolía desapercibida; para todos, no para mí. Nada es igual. Un año, cuatro meses, una semana y dos días. Suficiente para echar por la borda el crecimiento de cualquier ilusión.
Silencio. Noche. Pensar. Añorar. Olvidar. Olvidado. Lloro. Cierro los ojos, incapaz de soportar, ni un instante más, tanta sonrisa ajena. Angustia. Opresión. Realidad. Más pensar. Perdido. Ahogado. Tropezando en una maraña de ideas que se agolpan literalmente en la parte más alta de mi cuerpo. Roza. Piel. Mano. Mirada encontrada. Contigo. Tú.
Y mientras el agua humeante calienta mi piel, alzo la barbilla con los ojos cerrados, esperando que un Ser Superior oiga mi vocecilla interior que grita auxilio para conseguir la paz que tanto le falta.
Ya no sé si busco persona, animal o cosa. Lo abstracto de mi sentimiento se ha convertido en asiduo a mi lado. Una maldita sombra que veo al mirar por el rabillo del ojo a cada paso que doy, en cada esquina que doblo. Sin embargo, soy solo yo. Quizás sea eso lo que más me asusta. La delgada línea que marca la distancia entre la cordura y la incomprensión. Pensar de forma idéntica a la mayoría nunca se me dio bien. Por suerte eso es algo que solo mi conciencia sabe.
Y así fue cómo decidí escribir.
Ni las subidas ni las bajadas se me dieron nunca bien. Decidí tomarme la vida de forma horizontal. Con letras de por medio. Que solo caminan hacia delante, que es donde todos deberíamos ir. Sin arrepentimientos ni vergüenzas. Sin tachaduras ni borrones. Solo hacia delante, pero esta vez, levantando la barbilla con los ojos abiertos y hablando de cualquier cosa. Porque aquí todo vale. Porque hoy nace otra ilusión.


Marta Martín Morales

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