martes, 8 de julio de 2014

Impertinencia canina

¡Maldito chucho! había vuelto a colarse en mi jardín. Lo tenía ante mis ojos, hociqueando a lo largo y ancho de mi particular edén. No se cómo, pero se las arregló otra vez para eludir la valla. Ese inmundo ser de pelaje desdeñado, seguía incordiando, incansable y molesto como una mosca “cojonera”, rompiendo la placidez de mi siesta con sus agudos y estridentes ladridos. No conforme con despertarme, además estaba escarbando en mis rosales recién plantados. Era la gota que colmaba el vaso, debía darle una buena lección. Su dueña ya no podría dominarle, pero yo sí. Mi vecina era desagradable y molesta, igual que su chucho. Y es que la teoría de que los perros se parecen a sus dueños o viceversa, en este caso se cumplía a la perfección. Esa simbiosis hombre – perro, animal – humano, persona – can, o como diablos lo definan los estudiosos del tema, era cierto, tan real que cuando la Sra. Smith salía orgullosa portando sobre su brazo ese asqueroso chihuahua de ojos saltones, me costaba trabajo diferenciar la cara de ambos. Es más, cuando esa cotilla pasaba junto a mí, y comenzaba con un parloteo intrascendente, su vocecilla repulsiva llegaba a mimetizarse con los ladridos de su mascota hasta parecer un único sonido. Hacía caso omiso a las impertinencias y sandeces con las que a diario me acosaba desde el otro lado de la valla, quizá por eso comenzó a importunarme y trató hacerme la vida imposible. Mi animadversión, fue creciendo de manera exponencial hacia ese ser de pálida piel y aspecto “marujil”. Ella no paraba de hacer cosas para fastidiarme, incluso llegué a sorprenderla arrancando unos tulipanes que con sumo cariño había plantado esa misma mañana…, jamás olvidaré su expresión. Desde entonces no ha vuelto a molestar, y la paz ha regresado a mi vida. Ella no, pero su perro sí, él sigue estropeando mi verde rincón de bienestar. Salí sigilosamente hasta colocarme detrás del perro, tan afanoso estaba escarbando entre las plantas que no se percató de mi presencia. Con un rápido movimiento caí sobre él y por fin le pillé. Comenzó a aullar lastimoso justo en el momento que alguien me llamó desde la verja: era la policía. Traté de disimular y, tras una fingida caricia, solté al chihuahua. “Pasen, pasen, estaba jugando con el perrito…., es tan cariñoso”. Me preguntaron si había visto a mi vecina en los últimos días, sus familiares denunciaron su desaparición. ¡Qué voy a saber yo de ella, vamos ni lo sé ni me importa! Les convencí de que nada tenía que ver  el caso que investigaban, hasta que algo, les hizo cambiar de opinión: el maldito chucho siguió escarbando y ahora olisqueaba una blanquecina mano que emergía entre los rosales.


Gengis Kan

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