lunes, 21 de julio de 2014

Reencuentro

Cuando ella le llamó, no le pareció buena idea ir. Realmente no sabía lo que se iba a encontrar. Se encontraba reposado, calmado, y la voz de ella le pareció un incordio. Aquel timbre un poco chillón, la autoridad con la que le había convocado. Ni siquiera había contado con su opinión. Simplemente le ordenó que fuera, y él no pudo resistirse, a pesar de que de buena gana se habría quedado donde estaba.
Todos estaban ya allí: sus padres, su hermano. Y la mujer que requirió su presencia. Inexplicablemente, la iluminación se reducía a unas velas sobre la mesa. La atmósfera estaba cargada de energía negativa. Lejos de parecer felices por el reencuentro, todos estaban desolados. Todos menos ella. No la recordaba, ni siquiera podía afirmar que la conociera. Simplemente se hallaba allí, musitando unas palabras en voz baja. Su madre se echó a llorar desconsolada y su padre la abrazó, también al borde del llanto.
—¡Basta! —gritó él, dando tal puñetazo sobre la mesa que hizo que las velas salieran volando— ¡Es suficiente!
Todos se sobresaltaron sobremanera. La tensión se diluyó como por arte de magia. De repente nadie le hizo caso. Se despidieron brevemente, como con prisa por salir de allí. Antes de abandonar la estancia, su madre susurró al oído de su padre:
—Ha sido una buena idea contratar una médium. Ya no me siento tan mal.


Vidal Fernández Solano

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