martes, 12 de agosto de 2014

Namor

Dicen que cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa ante tus ojos. A mí me interesaría más saber quién fue el que volvió de los infiernos a contarnos su anécdota, aunque sí es cierto que a mí me ha pasado. Y no, no estoy muerto, sólo triste.
Desde pequeño siempre me he imaginado a mí mismo a lomos de un caballo, cabalgando al ritmo de la banda sonora de El rey Arturo por las praderas de Escocia, un paisaje que siempre he deseado observar en persona y que será otra cosa que jamás realizaré. El hombre insignificante ante la inmensidad, ante un mar de nubes. No es que la soledad me agradara, de hecho hasta puedo odiarme a mí mismo si paso mucho tiempo sin nadie cerca, tan sólo estaba acostumbrado. Mi timidez tampoco ayudaba demasiado. Por otro lado, cuando me recuerdan mi infancia, se remiten siempre a un niño con el pelo desaliñado, jubiloso y siempre sonriendo. Por aquella época, ni tan siquiera yo era consciente de mí mismo. Me evadía, y aún sigo haciéndolo, para vivir en mi mundo, donde me sentía plenamente feliz. Hoy ese mundo está copado de todas esas historias de tierras imposibles, antihéroes más valientes de lo que yo nunca fui, sabios a los que nunca pude escuchar, diablos escondidos bajo montañas, espectros ladrones de vidas, sendas oscuras o barcos voladores. Historias que han encontrado su lugar en ese mundo que yo creé y que nunca me sentiré completamente seguro de reflejar en un papel. Mi caballo ya cabalga sólo. Crecí y ya no me quedó tiempo para soñar. Las responsabilidades nublaron mi mente, el mundo que con tanto cariño construí se ha ido desvaneciendo, cubiertas por nubes negras a las que siempre había querido visitar.
Un papel en blanco, un futuro, gritos y más llantos, imágenes de una cinta de video de sonrisas desdibujadas, pelos de punta clavándose en la piel, una camiseta souvenir de Londres, una habitación vacía, dos lágrimas al revés, un susurro, mentiras y ni siquiera un hasta luego.
Se marchó. Mi padre se había ido. Pude ver cómo se iba con la camiseta que yo le había comprado de mi viaje a Inglaterra. Aún yo no lo sabía, pero aquel instante, que me sonó a uno de mis cuentos. Pero no, él nunca volvió. Mi guía, el director que grababa mis juegos, mi jefe, mi amigo… arrastrado por el viento de nuevos relatos. Frustración, pena, tristeza, odio, traición… toda mi corta vida ante mis ojos. Y entre toda esa amalgama de sentimientos, ilusión, autosuperación y amor. Y si bien es cierto que aún no sabría decirte lo verdaderamente importante que es, esa chica de rizos imposibles, ojos avellana, pasión infinita y, aún mayor comprensión me salvó la vida.


Román González Camas

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