domingo, 23 de octubre de 2016

Tánatos...y Eros.

Tarde en el tanatorio. El ciclo de la vida tiene un final, necesario por otra parte. Será precisamente porque yo también me hago viejo, pero los muertos viejos me parecen como los Tercios Viejos, gentes que han combatido y caen con la dignidad de la batalla terminada. La muerte no es el final, dice el himno, que cobra sentido al ser cantado por los vivos. Los vivos son la supervivencia de los muertos, y así, nada me enorgullece más que escuchar que cada día me parezco más a mi padre.
La tristeza por perder a quien se ama no tiene cura, ni tratamiento, ni analgésicos que alivien la sintomatología. La tristeza y el dolor son dos platos que te tienes que comer sin más aliño que el silencio. Pero, serán las primaveras que ya he dejado atrás, los tanatorios me deprimen más por los vivos en los que sobreviven los muertos que por los muertos en sí mismos.
Y lo más desolador de la tarde ha sido ver rechazado por tres veces, en tres salas, al cura que acudía a prestar el auxilio espiritual. Ya he dicho muchas veces que soy como mínimo agnóstico, en un día de dudas, y ateo perdido todos los demás. Pero era terrible la compasión que despertaba el rostro de ese hombre que creía que podía ayudar ante cada negativa. Tres veces negado, como San Pedro. Había algo muy conmovedor en su mirada. Yo no le habría hecho sufrir así, sinceramente.

Pero, ya lo decía el personaje que interpretaba Richard Attenborough en “Parque Jurásico”, la vida se abre paso. Así que en lo que queda del día y mañana, y pasado mañana, y hasta que la muerte nos separe, vivamos. Somos la memoria de nuestros seres queridos. Honrémosles con la vida. 

1 comentario:

  1. Nada motiva más el aprecio por la vida que haber estado cerca de la muerte. La visita a un tanatorio, cuando le toca a alguien cercano, nos afecta porque nos recuerda lo inevitable, ese final en el que nunca queremos pensar.
    Gracias por esta reflexión sincera y positiva, con la que cualquiera puede identificarse.

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