jueves, 27 de abril de 2017

Savoy 1

Hacía mucho tiempo que no me pasaba por el Savoy. Lo cual era, por una parte, buena señal, porque significaba que había encadenado media docena de trabajos fuera de Madrid,y eso, para un huelebraguetas de medio pelo como yo, garantizaba un cierto desahogo económico al menos durante un par de meses. Entregué el último informe al último cliente, una última voluntad que uno de los herederos pretendía manipular, y pensé en tomar la penúltima. Los pies me llevaron solos. 
Fabio, el barman, me dedicó una de sus enormes sonrisas, y se fue en busca del último vaso de tubo que conservaban en el bar. Desde el fondo de la barra me saludó con la mano Víctor, hombre renacentista, madridista y madrileño, cazador de imágenes de una ciudad que debería haberse quedado en blanco y negro y ha terminado por convertirse en un grotesco esperpento de la más pobre de las falsificaciones de un Kandinsky de mercadillo. Un gesto de la cabeza e il mio caro amico il tifoso della Juve se fue a servirme ese whisky casi tan viejo como yo y casi tan irlandés como Padraig a la esquina.
Estreche la mano de Víctor e intercambiamos sendos “¿Todo bien?”, el equivalente castizo del “Ça va?” de los marselleses, y nos quedamos callados con las miradas repartidas entre los vasos y las botellas. El viejo Matt, siempre inquieto, había incorporado en mis días de ausencia un vetusto piano, negro como ala de cuervo, a la decoración de la tarima que hacía las veces de escenario. Le pregunté con los ojos al bueno de Víctor. Asintió.
- Espera.
No le iba a llevar la contraria. Esperé.
Salió desde el salón del fondo, enfundada en un vestido largo y rojo, de esos que se han dejado acuchillar un flanco para dejar ver una pierna infinita, interrumpida tan sólo por un tatuaje que parecía el anuncio de un viaje al paraíso. Se movía como si flotara, y todo se transformó desde ese momento en unos ojos azules. Se sentó al piano, y me pareció que hasta el piano intentaba besarla.
Después vino un “Summertime” inolvidable, de esos que te dejan el calor en el alma, de esos que hacen que la imaginación te lleve con ella a la habitación de un motel, en una de esas noches en que las luces de neón que se encienden y apagan ofreciendo habitaciones libres dibujan en la espalda desnuda de una mujer ángeles y demonios.
Se fue como vino, y al pasar dejó un aroma como de lluvia de otoño.
Me despedí de los muchachos, salí a la calle y encendí un cigarrillo. El maldito Savoy me había vuelto a robar la calma. Me fui camino a casa caminando con el fuego en el cuerpo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.